Hay rituales que se aprenden mejor a través del testimonio de otros y la unción de los enfermos es uno de ellos. Los libros y las guías son una ayuda pero el testimonio de un sacerdote experimentado es muy necesario.
Cuando comencé a visitar a los enfermos en el hospital y en sus hogares todo iba bien hasta que comenzaba con el ritual. No es lo mismo orar con los enfermos mirándoles a los ojos que leyendo las oraciones de un libro. Las lecturas de la Biblia son experiencias del pueblo de Dios que pierden mucha vida cuando se leen como parte de un ritual. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? No nos inventamos los sacramentos, ni los rituales; por eso, los repetimos tal y como dice el libro.
Un día mi párroco me pidió que le llevara a la casa de una familia que había pedido los últimos sacramentos para uno de ellos gravemente enfermo. Mi párroco introdujo los santos óleos, el agua bendita, la estola y la comunión en una bolsa. Me llamo la atención que no llevaba el libro.
Al llegar a la casa, llamó a todos los que estaban presentes para que se reunieran alrededor de la cama del enfermo. También los niños que estaban jugando en el jardín fueron llamados. Nos pusimos en la presencia de Dios y reconocimos en silencio nuestras debilidades y pecados, pidiéndole a Dios que fuera misericordioso con todos nosotros.
Entonces, bendijo la frente, los ojos, la nariz, los labios y las manos del enfermo con el óleo sagrado, diciendo:
"Con este santo óleo, bendigo tu frente
para que el Señor purifique y sane
todos tus pensamientos";
"con este santo óleo, bendigo tus ojos
para que el Señor purifique y sane
cuanto entra a través de ellos";
"con este santo óleo, bendigo tu nariz,
para que el Señor purifique y sane
los olores";
"con este santo óleo, bendigo tus labios,
para que el Señor purifique y sane
todo cuanto entra y sale a través de ellos";
"con este santo óleo, bendigo tus manos
para que el Señor purifique y sane
las obras que has hecho
y estás llamado a hacer con ellas".
Al finalizar la unción, extrajo la botella de agua bendita de la bolsa que traíamos y vertiendo un poco de agua en los dedos de todos los presentes le dijo:
- Ahora vais a bendecirle tocando su frente y diciendo: yo te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos los presentes bendijeron al enfermo, también los niños (era evidente que algunos bendecían por primera vez y provocaban una sonrisa en los mayores).
Entonces, unimos nuestras manos (los que estaban al lado del enfermo agarraron sus manos o, al menos, tocarle), y rezamos el Padre nuestro.
Finalmente, nos pidió a todos que extendiéramos nuestras manos hacia el enfermo para bendecirle mientras el recitaba una oración breve, muy sencilla, de sanación y de entrega a Dios del enfermo.
En ningún momento, la mirada de mi párroco perdió el contacto con el enfermo y con su familia, lo cual estoy seguro que fue determinante para que todos nos sintiéramos parte de aquel momento. Desde entonces, he seguido su ejemplo y el sacramento de la unción de los enfermos es también para mí un encuentro con el enfermo, con sus familiares, y con Dios.
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