miércoles, 29 de julio de 2015

Un problema: nuestras liturgias, por José Agustín Cabré Rufatt

Una buena parte de los católicos que acuden a los templos el domingo son adultos mayores. Pueden recordar, por lo tanto, la sorpresa y el alivio que les significó en su experiencia religiosa, hace 50 años, los cambios que el Concilio Vaticano realizó en la liturgia de los sacramentos y de la misa: se les invitó a pasar de “asistentes” a “participantes” en los ritos y el culto. Se pasó de “oír misa” a “celebrar la misa”.

Con el paso del tiempo se ha podido comprobar que esas reformas no fueron tan completas como se esperaba: los católicos siguen asistiendo a misas como a un espectáculo en donde ellos son el público y los actores son otros: el cura, los acólitos, los ministros, los lectores, el coro…todo distribuido en un espacio acomodado como un teatro: un público que mira a cierta distancia la actuación de unos disfrazados que están en el escenario.

De la Eucaristía, la gran acción de gracias a Dios por el don de la vida, mediante la experiencia humana de Jesús de Nazaret, con su vida, pasión, muerte y resurrección…en realidad queda bien poco.

Un lenguaje desconocido

Hubo algunos cambios, es cierto: se pasó del latín- que nadie entendía- al idioma de cada país. Pero no se cambió el nefasto sistema de la lectura continuada de la biblia.

En el afán que el pueblo escuche alguna vez toda la biblia, se han mantenido en la misa las lecturas (antiguo y nuevo testamento más evangelios) leyendo de corrido desde el Génesis al Apocalipsis en un período de tres años; la idea, si alguna vez fue buena, ha fracasado en la práctica. Con este sistema el pueblo católico tiene que escuchar lo que toque leer ese día, sea cual sea la experiencia vital que esté viviendo. Aún son pocos los pastores que abandonan ese sistema y se atreven a buscar las lecturas más apropiadas para cada ocasión; esto exige tiempo de preparación, buen criterio de discernimiento y capacidad de diálogo con los equipos laicales. También puede exigir entereza para ir a dar explicaciones al obispo que necesariamente defenderá el otro esquema impuesto desde Roma.

Pero no es el único cambio para que la misa sea realmente Eucaristía. Si como dice la catequesis, con más poesía que seguridad, se trata de una comunidad a modo de familia que celebra su fe, alimenta su esperanza y vive la caridad, la misa debiera contar con un ambiente atractivo y con signos entendibles y didácticos.

En uno de sus textos incisivos pero veraces, el periodista Raúl Gutiérrez, que se considera un cristiano de base y de mentalidad amplia y pluralista, escribió:

Las improvisaciones

“La sensación que a uno le queda con frecuencia al salir de alguna misa dominical es la improvisación, como si el sacerdote y los encargados de la ceremonia no estuvieran demasiado convencidos de la importancia y la solemnidad del acto.

En pocos templos los fieles son acogidos en la puerta por el sacerdote o laicos que los saluden y entreguen una hoja con los textos bíblicos que se leerán en la celebración. Como la mayoría llega atrasada, es frecuente que la misa se inicie en presencia de una exigua concurrencia, que terminará de engrosarse recién durante la homilía.

La improvisación del equipo encargado de la misa se advierte en los cuchicheos entre el guía y los lectores, e incluso entre el celebrante y sus acólitos, actitudes que sumadas a desplazamientos nerviosos y aparatosos de estos personeros en torno al altar y hacia la sacristía distraen a la comunidad.

Dejando de lado toda consideración o exigencia de carácter estético, cabe señalar que la mayoría de los coros maneja un estilístico repertorio de canciones litúrgicas, lo que explica que con frecuencia entone algunas que guardan escasa o ninguna relación con la fiesta que se trata o la enseñanza básica del Evangelio de ese domingo. Dejar los coros, por llamarlos de alguna manera piadosa, a la buena de Dios, demuestra una escasa comprensión del significado de la música como medio universal de comunicación, sobre todo en el caso de los jóvenes”.

Una liturgia que no convence

Resultan interesantes las anotaciones del periodista. Pero, lamentablemente, deberá pasar todavía mucho agua bajo los puentes antes que la liturgia católica se haga comprensible, celebrativa, compartida, santificadora de la vida.

Se está hablando de la gran tarea de evangelizar al siglo XXI, de comprometerse con la misión permanente, de hablar un lenguaje de palabras y signos entendibles al mundo de hoy. Pero no se nota ningún cambio hacia delante; mas bien se advierten muchos retornos al pasado: algunos llegan a la paranoia de querer volver al latín, de colocar aún más colgajos en las vestiduras de los clérigos, de incorporar de modo permanente el incienso en las liturgias…

El mundo del siglo XXI los mira, se ríe y sigue su camino buscando, casi a la desesperada, quién lo acompañe en su caminar por la vida. Los grandes valores del Reino de Dios, los que nos humanizan, siguen sin ser descubiertos porque se les quiere poner demasiados trapos encima.

Fuente: 

José Agustín Cabré Rufatt (1940), periodista y sacerdote claretinao nació en Santiago de Chile. Fue ordenado presbítero como religioso claretiano en 1968. Se tituló de periodista en la Universidad Católica de Santiago de Chile en 1976. Ha escrito numerosos libros entre los que destacan: “Evangelizador de dos mundos” con ediciones en Venezuela, España, Argentina, Chile, México y Rusia; “La Cruz, el fuego y las banderas”; “Mariano o la fuerza de Dios”; “La palabra de Dios no está encadenada”; “La historia de los claretianos en México”, “Breves relatos para mantener la calma”… Actualmente dirige Ediciones y Comunicaciones Claretianas (ECCLA) y las revistas TELAR y Cartas del Sur y pertenece al staff de las revistas Punto Final y Reflexión y Liberación. En su vida pastoral ha sido párroco, vicario episcopal de Arauco, y superior provincial de los claretianos en Chile (2001-2011).

jueves, 7 de mayo de 2015

Símbolos de la Ceremonia de Confirmación


El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Su mismo nombre nos dice lo que significa: afirmar o consolidar. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice sobre este sacramento:

"La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada por las obras" (CIC 1316)

Cuando asistimos a una celebración de la Confirmación, vemos algunos elementos que son particulares a esta celebración y que nos ayudan a experimentar la belleza del sacramento.

El Obispo o Arzobispo es el ministro ordinario de la Confirmación

Él es el representante de la iglesia universal y nos recuerda que no solamente somos miembros de la comunidad local de fe, sino de la iglesia universal. Su presencia nos recuerda el lazo que tenemos con los apóstoles. En nuestro caso, y por la extensión de nuestro territorio, nuestro Señor Arzobispo celebra alrededor de la mitad de las cerca de 75 ceremonias que se llevan a cabo durante este tiempo en las parroquias y específicamente delega a otros dos o tres sacerdotes para que celebren la otra mitad.

La imposición de las manos

Cuando el Arzobispo u Obispo, o su delegado, imponen sus manos sobre la persona que recibe la Confirmación, está utilizando un símbolo antiguo de la transmisión de la bendición y el poder de Dios de una persona a otra. Esta acción tradicionalmente nos reclama como parte de Dios y bajo su cuidado y protección. El Obispo extenderá sus manos sobre los candidatos a recibir la Confirmación durante la oración por los dones. También impondrá sus manos directamente sobre sus cabezas cuando los unja con el Santo Crisma. La imposición de las manos durante la Confirmación significa que el poder del Espíritu Santo es dado a cada candidato/a.

Santo Crisma y Unción

El Santo Crisma es un aceite perfumado bendecido con anterioridad por le Arzobispo/Obispo durante la Misa Crismal. Es un símbolo antiguo de fortaleza. Los soldados, atletas y reyes siempre eran ungidos con aceite. La palabra "crisma" viene de la misma raíz que la palabra "Cristo", el "Ungido". Lleva consigo el significado de que aquellos ungidos con ese aceite han sido elegidos para llevar a cabo la obra de Dios.

La unción, como otro símbolo antiguo y bíblico, tiene un gran significado: el aceite es símbolo de la abundancia y del gozo; limpia (unción antes y después del baño) y cubre (la unción de atletas y luchadores); el aceite es un símbolo de curación, ya que suaviza los golpes y las heridas; embellece,sana y fortalece. La unción con el Santo Crisma significa la totalidad de la gracia así como la dedicación al servicio de Dios.

Fuente: Mi Casa es su casa, Oficina del Ministerio Hispano de la Arquidiócesis de Santa Fe (USA)