Hay cosas que uno ni se le ocurre plantearse si siempre fueron como hoy las contemplamos o en otro momento fueron diferentes. Y una de esas tal vez sea la que cabe definir como “bautismo de infantes”, una ceremonia con un carácter netamente iniciático equiparable, desde tal punto de vista aunque no desde muchos más, a otra del ámbito judío cual es la de la circuncisión, producida al octavo día del nacimiento con la que también coincide en que en ambas recibe la persona el nombre por el que será conocido en la comunidad.
Pero lo cierto es que no siempre el bautismo lo recibieron entre los cristianos los niños. A pesar de haber nacido en una familia cristiana, de ser un personaje de peso dentro de la comunidad cristiana y con 34 años de edad, nada menos que todo un San Ambrosio apenas era un catecúmeno sin bautizar cuando es elegido para ejercer una dignidad de la importancia del episcopado de Milán.
Y es que aunque más de uno sería bautizado en edad infantil como podría interpretarse de algunos episodios recogidos en los Hechos de los Apóstoles, lo cierto es que el “bautismo de infantes” aún tardará su tiempo en imponerse.
Hipólito de Roma (m.236) en su Tradición apostólica nos detalla el proceso bautismal, que se iniciaba con un catecumenado o aprendizaje de tres años previo a la ceremonia, y recaía siempre sobre adultos. El ritual bautismal tenía lugar en fechas señaladas (domingo, pascua, pentecostés); contenía una serie de ceremonias anteriores (expulsión del demonio, unción prebautismal); tenía lugar por inmersión en agua simultánea a una confesión de fe trinitaria; y se culminaba con la imposición de manos, signación en la frente y unción con el crisma (mezcla de aceite de oliva y bálsamos) por el obispo. A continuación, el bautizando recibía por primera vez la eucaristía, con lo que vemos unidos tres rituales que la vida cristiana contemporánea separa perfectamente: bautismo, primera comunión y confirmación. El ritual tomaba forma dialogante entre oficiante y bautizando. En su obra Sobre el bautismo, Tertuliano (160-h.220) procede a la normalización del ritual.
La expansión del cristianismo y su legalización generalizará el nacimiento de niños en hogares que ya son cristianos, a partir tal vez del s. IV más-menos, fenómeno que va a tener tres grandes consecuencias por lo que al bautismo se refiere.
En primer lugar, éste empieza a celebrarse cualquier día, sin esperar a las fechas señaladas.
En segundo lugar, se abre la posibilidad de que el obispo delegue sus funciones en lo concerniente al ritual bautismal, lo cual tiene más importancia de la que parece, pues el desdoblamiento del bautismo en dos ceremonias, la inmersión y sus complementos, celebrable por el presbítero, y la unción, sólo oficiable por el obispo, implicará la aparición de un nuevo sacramento, la confirmación.
Y en tercer lugar y lo que a los efectos nos interesa aquí, se impone el bautizo infantil a tempranísima edad, con lo cual la fórmula “yo te bautizo”, cuya utilización nos consta desde el s. VII, sustituye a la fórmula dialogante.
El bautismo de infantes va a promover un áspero debate sobre la preparación que ha de darse en el receptor de un sacramento. Los contrarios a él se escudan en la falta de disposición de un niño para recibir un sacramento y en el inexistente mandato en tal sentido en las Escrituras.
San Agustín (n.354-m.430) sostiene que es necesario para la salvación de los niños, y el Papa Inocencio III (1198-1216) argumenta que de la misma manera que una persona incurre en el pecado original sin su consentimiento, puede ser librado de él sin su consentimiento.
Fuente: religionenlibertad.com
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