sábado, 5 de octubre de 2013

"A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Juan 20:23)

Hoy, una persona me ha dicho: "No entiendo eso de 'a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'. ¿Puede explicarme el significado de 'retener los pecados?"

La primera respuesta que me ha venido a la mente es que para los primeros cristianos fue una novedad perdonar pecados. Para algunos creyentes esto era objeto de escándalo: "Perdonar solo puede perdonar Dios, lo que decís es una blasfemia!"

El evangelio de Juan hace hincapié en que Dios quiere que nos amemos y perdonemos como El nos ama y perdona. Esto para la Iglesia hoy es normal, pero al principio supuso un gran desafío. Por eso, Juan le da tanta importancia y lo presenta como lo que es: un momento fundante, es decir, una novedad que caracteriza a la nueva comunidad cristiana.

El problema de algunos creyentes al escuchar "a quienes se los retengáis, les quedan retenidos", es que creen que aquí de lo que se habla es de una autoridad al estilo de los poderosos de este mundo. Si es así, todavía no hemos entendido nada.

En primer lugar, perdonar los pecados es un don que recibimos de Dios. En segundo lugar, no recibimos este don para tener poder y autoridad sino para servir, sanar, reconciliar. Un don es algo que se recibe y se ofrece gratuitamente, no porque nos lo merecemos. Por eso, cuando escuchamos "a quienes se los perdonéis, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos", debemos darnos cuenta de que la importancia de estas palabras no reside en nuestra opinión o juicio para no perdonar, sino en que hemos recibido el Espíritu Santo para perdonar, de lo contrario, no necesitaríamos el don del Espíritu Santo.

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