domingo, 30 de marzo de 2014

No cantar tanto, que se alarga la misa, por Raul del Toro Sola

Uno de los peores enemigos de la buena música litúrgica es la obsesión por la duración de la misa, que en España alcanza niveles llamativos. Este dato inmediato de la experiencia lo he visto recientemente confirmado en el encuentro con diversos sacerdotes venidos de fuera de nuestro país.

Vino hace unos meses un sacerdote francés a celebrar la misa dominical. Cantó casi todo lo que está previsto que cante el celebrante: diálogos con el pueblo, oraciones, prefacio, etc. Al terminar todavía observó en un tono suavemente recriminatorio que hubiésemos cantado tan poco. Él había echado en falta el Gloria, el Salmo responsorial, el Credo, el Padre nuestro… Pues bien, no faltó algún feligrés que ese mismo día manifestó su disgusto por lo larga que se había hecho la misa.

Tiempo después, un joven sacerdote venido de un lejano país, donde la Iglesia sufre cruda persecución y los católicos viven un heroísmo cotidiano, apuntaba la misma idea. Se lamentaba de que en España la gente está pendiente del reloj durante las celebraciones. Él, por ejemplo, echaba en falta poder cantar habitualmente, además de todos los diálogos y oraciones, el Ordinario según las bellísimas misas gregorianas del Kyriale. Decía que, en su país, si la misa dura menos de una hora la gente se queja. No es la primera vez que oigo esto mismo referido a un país no occidental. En una breve sentencia, este joven presbítero llegado de la Iglesia perseguida sentó con precisión el diagnóstico: no es lo mismo escuchar que vivir.

Qué gran verdad es ésta: vivir en vez de escuchar. Tomo ahora la comparación que agudamente manifestaba un párroco –este sí, español- bien curtido en la brega de la re-dignificación de la liturgia: nadie, normalmente, al terminar un partido o una película se fija principalmente en cuántos minutos ha durado. Lo que sí ocurre muy frecuentemente con la misa.

Si una misa dominical según el rito romano dura menos de una hora, es porque de un modo u otro ha sido abreviada. Recordemos las partes de la Misa que podrían o deberían hacerse con música:

Antífona de entrada
Todos los diálogos entre el celebrante y el pueblo
Kyrie y Gloria (con el texto verdadero y completo, claro)
Oración colecta
Salmo responsorial
Todas las lecturas
Aleluya con su versículo
Credo
Ofertorio
Oración sobre las ofrendas
Prefacio
Sanctus
Padre Nuestro
Agnus Dei
Comunión
Oración de postcomunión
Bendición final

Si a esto se añade el uso del incienso, la duración de la misa difícilmente baja de los 80-90 minutos. Frente a esto, tenemos que en muchos lugares está tácitamente establecido el límite psicológico de los 45 minutos para la misa dominical. De lo contrario se hace esperar al vermut o la salida campestre. Ya me dirán ustedes.

Efectivamente, la diferencia está entre escuchar y vivir. Sigue casi sin estrenar la doctrina litúrgica de los papas del siglo XX, que fue recogida por el Vaticano II. Los textos escriturísticos y rituales siguen sin ser comprendidos como guía y vehículo de la oración litúrgica, y son todavía vistos como lo que el cura tiene que decir, y los fieles tienen que escuchar o recitar. Es decir, son cosas que hay que esperar a que pasen, primero una y luego otra, y otra, y otra… Claro, visto, así, cuanto antes pasen mejor. Como decía hace muchos años una piadosa mujer al salir de la misa diaria: ya me he quitado el quehacer.

Desde semejante perspectiva es normal que se perciba especialmente la dureza del banco cuando alguien accede al ambón para cantar, como está mandado, el salmo interleccional; o que aflore la impaciencia cuando el celebrante se arranca a entonar el prefacio completo –no sólo el diálogo inicial-, o cuando se canta el Gloria completo. No digamos cuando heroicamente se canta el tradicional Símbolo Niceno-Constantinopolitano en vez de acogerse por sistema a la opción más breve del Credo Apostólico recitado, que en principio está recomendado para tiempos concretos como la Cuaresma. Oí una vez decir con fina ironía que el Credo “largo", que especifica más la fe, era necesario antes, cuando había errores doctrinales, pero que ahora, como apenas existen errores ni herejías, nos basta el breve Credo Apostólico…

Pero el súmmum es la proclamación cantada de las lecturas. Esto es algo que poquísimas veces se hace. De hecho no me viene ningún caso actual a la memoria, salvo la cantilación del Evangelio en ocasiones escasas y solemnísimas. Hay quien piensa que la tradicional proclamación cantada de Palabra de Dios y de las palabras del oficiante se debía a la falta de micrófonos, y que desde la llegada de la megafonía basta con la lectura. Craso error. La proclamación cantada tiene que ver sobre todo con la altísima dignidad de las palabras proclamadas, para las que, con mucha razón, se juzgaba insuficiente la voz hablada.

Es cierto que hoy en día se percibe como una tendencia al cansancio entre los fieles cuando una celebración tiene largas partes cantadas o cantiladas, aunque sean en el idioma propio. En mi opinión, el error está nuevamente en escuchar frente a vivir. Un texto cantilado permite mejor la necesaria profundización espiritual, mientras que el texto leído tiende a reducir la atención a un nivel meramente comunicativo. Dado que los textos litúrgicos son con frecuencia conocidos, la falta de “novedad” exterior fácilmente hace decaer la atención… y la vista se dirige al reloj. Y claro, en esta desorientación básica la mayor parsimonia propia del canto añade unas enojosas gotas a la impaciencia.

Hay que recordar que la liturgia romana sigue disponiendo de las fórmulas tradicionales de cantilación para las diversas lecturas: existe una fórmula para la primera lectura, otra para la segunda y otra para el Evangelio. Pensadas originalmente para la lengua latina, nada impide utilizarlas en la lengua vernácula.

La solución a todo esto no se reduce al mero empeño de los párrocos y responsables musicales. Es innegable que en muchos fieles existe una fuerte resistencia a la amplitud de las celebraciones. Esta es la realidad con la que deben lidiar los párrocos. Un sacerdote me comentaba que “los curas hemos cedido demasiado en esto”, creando –o consolidando- malas costumbres entre la feligresía.

A este respecto leía yo hace un tiempo las conclusiones de un simposio europeo celebrado a mediados de los años 1960, sobre las implicaciones musicales de la reforma litúrgica, entonces en plena efervescencia. Los ponentes eran figuras relevantes en el panorama músico-litúrgico de aquellos años. Me dio gran pena leer los disparates que decían, y notable alivio comprobar que sus ocurrencias más destructivas no tuvieron éxito.

No querían dejar títere con cabeza. Entraban motosierra en mano, como búfalos en cristalería, dentro del terreno sagrado de la liturgia milenaria. Proponían mutilar el Gloria, eliminar gran parte del ritual, rehacer por completo la estructura y el orden de sus elementos, y por supuesto enviar al baúl de los recuerdos todo atisbo de canto gregoriano (que consiste mayormente en la proclamación cantada de versículos de la Escritura, en su forma original en prosa) para sustituirlo por himnos (canciones estróficas con textos rimados de nueva creación). Se repetía una idea: el rito de la Misa era largo y recargado. Ello a pesar de que la liturgia romana siempre ha ido muy concisa y austera en comparación con la magnificencia de la liturgia oriental.

Aunque muchas de las propuestas que con impúdica convicción se atrevieron a lanzar al Concilio no fueron recogidas en la letra de la reforma litúrgica, por desgracia aquel desviado y destructivo espíritu sí ha condicionado la aplicación real, concreta de esa letra. Hasta el punto de que se puede decir, sin temor a la exageración, que la letra de la normativa vigente en música litúrgica está en la práctica anulada o cuando menos forzada al extremo en su aplicación real por aquel espíritu deformador.

Lo que aquellos prohombres denotaban era una desconexión profunda con la naturaleza íntima de la liturgia cristiana tanto oriental como occidental, un indisimulado desprecio por la Tradición e incluso cierta sumisión mundana ante la moda asamblearia, dotada por entonces de notable vigor. En este panorama tan poco edificante fue donde la pereza y la impaciencia abrieron el camino a la obsesión por la brevedad, al precio de todas las mutilaciones y empobrecimientos que fueran necesarios.

Encuentro que todo esto denota una verdadera patología teológico-espiritual por cuanto oscurece y desnaturaliza la liturgia como cauce privilegiado de la Gracia. Queda claro una vez más que la llamativa deficiencia musical de la liturgia actual tiene sus raíces bastante más profundas de lo que parece, no reductibles a una mera cuestión estética o normativa. Y que desde luego, sobrepasan con mucho el campo de acción no sólo de los músicos, sino incluso el de los propios liturgistas.

Fuente: infocatolica.com

El derecho canónico y el bautizo de la hija de una pareja de lesbianas, por Luis Fernando

Argentina va a asistir al que es, probablemente, el primer bautismo mediático de la hija de una pareja de lesbianas. Los medios de comunicación le están dando todo el bombo posible y, como argumento para apoyar tal acto, utilizan las palabras del Papa sobre el bautismo de madres solteras.

Al parecer en Argentina hubo sacerdotes que se oponían a realizar ese tipo de bautismos y el Papa, siendo cardenal y arzobispo de Buenos Aires, criticó tal hecho. Concretamente estas fueron sus palabras entonces:
"Éstos son los hipócritas de hoy. Los que clericalizaron a la Iglesia. Los que apartan al pueblo de Dios de la salvación. Y esa pobre chica que, pudiendo haber mandado a su hijo al remitente, tuvo la valentía de traerlo al mundo, va peregrinando de parroquia en parroquia para que se lo bauticen".

Se da además la circunstancia de que en Argentina otras dos lesbianas ya fueron protagonistas en el programa de televisión de un sacerdote muy “carismático”, el P. Ignacio Periés, que aprovechó la ocasión para hacer apología del matrimonio homosexual. La archidiócesis de Rosario le desautorizó públicamente pocos días después.

Estas lesbianas no querían cualquier templo, así que han elegido la catedral de Córdoba (obviamente la argentina, no la española) para bautizar a la criatura. Así lo explica la madre biológica:

“Tuve una audiencia con monseñor Carlos Ñáñez, arzobispo de Córdoba, para que diera la orden y me confirmó que en la Catedral no habrá ningún problema”.

Ahí no queda la cosa. Resulta que ambas han pedido a la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, que sea madrina del bautizo. No sabemos si la presidenta aceptará la invitación y si Mons. Ñáñez lo aceptará.

Ahora vamos a ver lo que dice el Código de Derecho Canónico, que se supone que sigue vigente. Al menos nadie nos ha dicho que ha quedado abrogado. ¿Cuál es la condición para que se bautice lícitamente un niño?:

868 § 1. Para bautizar lícitamente a un niño, se requiere:

1 que den su consentimiento los padres, o al menos uno de los dos, o quienes legítimamente hacen sus veces;

2 que haya esperanza fundada de que el niño va a ser educado en la religión católica; si falta por completo esa esperanza debe diferirse el bautismo, según las disposiciones del derecho particular, haciendo saber la razón a sus padres.

¿Cuál es la condición para ser padrino o madrina de un bautizo?:

872 En la medida de lo posible, a quien va a recibir el bautismo se le ha de dar un padrino, cuya función es asistir en su iniciación cristiana al adulto que se bautiza, y, juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo.

Y

874 § 1. Para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que:

3 sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir;

Vaya por delante que creo que no estamos ante un caso parecido al de una madre soltera que quiere bautizar un hijo. Una mujer católica ha podido tener un desliz, quedarse embarazada, seguir adelante con el embarazo sin que el padre quiera tener nada que ver con el mismo y, luego, ser una madre católica que eduque perfectamente a su hijo en la fe.

Pero dicho eso, ¿alguien cree que hay una esperanza fundada que la niña que va a ser bautizada será educada en la fe católica? ¿esas madres lesbianas están capacitadas para tal cosa? (*) Y si finalmente la presidenta de Argentina es madrina, ¿hay la más mínima posibilidad de que ella, defensora ardiente del matrimonio entre homosexuales, pueda colaborar en esa educación en la fe católica de la cría?

De momento, solo pregunto. Ustedes pueden intuir cuáles serían mis respuestas a esas preguntas. Conste que no soy partidario de dificultar el bautismo de niños, pero si la Iglesia ha puesto unas condiciones concretas para que se produzca el mismo, ¿quién es nadie para saltárselas a la torera?

La realidad es que los medios de comunicación seculares van a presentar ese bautizo como un triunfo del lobby gay y una “prueba” de que la Iglesia acabará aceptando, antes o después, las uniones homosexuales.

Por mucho que algunos, o incluso una multitud, digamos que eso no es posible, dará igual. Muchísimos fieles, que no saben siquiera de la existencia de esas leyes canónicas y no forman su fe en medios católicos fieles al magisterio, llegarán a la conclusión de que esos medios de comunicación tienen la razón. Es más, creo legítimo preguntarse hasta qué punto una decisión así puede quedar en manos de un solo obispo, siendo que estamos ante un acto que va a tener repercusión mundial y puede poner a los pies de los caballos a párrocos y obispos que crean imposible que una pareja de lesbianas, que ha tenido una hija mediante fecundación artificial, puede educar en la fe católica a nadie.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) La cosa cambiaría si alguno de los abuelos de la niña se comprometiera a educarla en la fe católica y las madres lo aceptaran. Pero en ese caso, dado el escándalo público que se está formando, debería de aclararse de forma igualmente pública, para no confundir a los fieles… y a los “infieles".

Fuente: infocatolica.com

La Iglesia argentina permite el bautizo de la hija de dos lesbianas

La hija de un matrimonio formado por dos mujeres será bautizada en Argentina, convirtiéndose así en el primer bautismo de estas características en una iglesia católica en el país natal del papa Francisco.

El bautizo se realizará el sábado 5 de abril (2014) en la catedral Nuestra Señora de la Asunción de Córdoba (a 700 km al norte de Buenos Aires) en una ceremonia que fue autorizada por el arzobispo de la ciudad y en la que las dos madres desearían que la madrina fuera nada más y nada menos que la presidenta Cristina Kirchner.

"No hay motivo para que la niña no sea bautizada, porque se cumplen todos los requisitos que la Iglesia demanda", explicaba Gustavo Loza, portavoz de la oficina de prensa del arzobispado de Córdoba.

Una de las madres de la niña, Karina Villarroel, relataba los pormenores de la audiencia que mantuvo con monseñor Ñañez: "Me dijo que no había problema por que mi hija fuera bautizada en la catedral", contaba esta agente de policía argentina.

Según la feliz madre, quien se casó con Soledad Ortiz en diciembre del 2012, se trata de la primera pareja homoparental que bautiza a su hijo en Argentina, donde un 75 % de la población es católica.

Fuente: religiondigital.com

sábado, 29 de marzo de 2014

Solo el Papa, los cardenales y los obispos pueden recibir sepultura dentro del templo


El Concilio Vaticano II acordó que no haya tumbas en los templos y así se fijó en el Código de Derecho Canónico de 1983. Solo el Papa, los cardenales y los obispos pueden recibir sepultura dentro del templo.

El canon 1242 del Código de Derecho Canónico de 1983 es muy claro. "No deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice, de sus propios cardenales u obispos diocesanos, incluso eméritos".

Así lo estableció la Iglesia después del Concilio Vaticano II y esa es la norma que ha seguido el Obispado de Ávila, al permitir que el expresidente Adolfo Suárez fuera enterrado junto a su mujer en el claustro de la catedral. "No ha habido que pedir ninguna excepcionalidad dado que la tumba no está dentro del templo si no en el claustro", indicó el obispado.

Después de la muerte de su mujer, en 2001, el expresidente pidió al Cabildo Catedralicio y al entonces obispo de Ávila, Adolfo González Montes, ser enterrado en ese enclave. El deán de la Catedral, Fernando Gutiérrez Santamaría, explicó al "Norte de Castilla" que para recibir el permiso del Cabildo es necesario reunir "dos circunstancias que en esta ocasión se cumplen en ambas figuras: una relevancia social importante y su condición como católico de forma clara”.

Pese a que las normas prohíben los sepulcros en lugares sagrados a toda aquella persona que no sea ni Papa, cardenal u obispo, nuestras catedrales, conventos, iglesias, monasterios y ermitas están repletos de tumbas de reyes y familias de nobles. La mayoría gozó de este privilegio antes de que Carlos III prohibiera los sepulcros dentro de las Iglesias en 1787 por razones de higiene, pese a que la medida no se llevó a cabo hasta 1804.

El Código de Derecho Canónico, en el canon 1239, también establece que ningún cadáver, ni siquiera el del Papa o el de un obispo, puede estar enterrado bajo el altar; en caso contrario, no es lícito celebrar la Misa en él. También reconoce el derecho de los fieles a elegir el cementerio en el que quieren ser sepultados, salvo que el derecho se lo prohíba.

En el canon 1176 explica además que la Iglesia "aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos"; sin embargo, "no prohibe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana". Aunque no se opone a esta práctica, recuerda que la urna con las cenizas debe ser depositada en el cementerio.

Fuente: Abc.es